Pedro Abraham Valdelomar Pinto (Ica, 27 de abril de 1888 -
Ayacucho, 3 de noviembre de 1919) fue un narrador, poeta, periodista, ensayista
y dramaturgo peruano. Es considerado uno de los principales cuentistas del
Perú, junto con Julio Ramón Ribeyro.
Valdelomar fue un escritor completo pues abarcó
prácticamente todos los géneros literarios conocidos. Sin embargo, lo mejor de
su creación ficticia se concentra en el campo de la narrativa cuentista. Sus
cuentos se publicaron en revistas y periódicos de la época, y él mismo los
organizó en dos libros: El caballero Carmelo (Lima, 1918) y Los hijos del Sol
(póstumo, Lima,1921). En ellos se encuentran los primeros testimonios del
cuento neocriollo peruano, de rasgos postmodernistas, que marcaron el punto de
partida de la narrativa moderna del Perú. En el cuento El caballero Carmelo,
que da nombre a su primer libro de cuentos, se utiliza un vocabulario arcaico y
una retórica propia de las novelas de caballerías para narrar la triste
historia de un gallo de pelea, relato nostálgico ambientado en Pisco, durante
la infancia del autor. En Los hijos del Sol, busca su inspiración en el pasado
histórico del Perú, remontándose a la época de los incas.
Su poesía también es notable por su evolución singular del
modernismo al potsmodernismo, teniendo incluso atisbos geniales de
vanguardismo. Aquella es de una sensibilidad lírica extraordinaria que tiene
como máxima expresión la de ser un vuelco hacia su interioridad. Pero esta
interioridad debe entenderse como una expresión directa e íntima (por tanto,
creativa) de la realidad. Esta poesía tiene como ejemplos fulgurantes a
Tristitia y El hermano ausente en la cena de Pascua, los cuales presentan a su
autor como un poeta dulce, tierno y profundo, saturado de paisaje, de hogar y
de tristeza.
He aquí un fragmento de su obra poética:
IN MEMORIAM A Rosa Gamarra Hernández.
Cuando te vi la
última vez
algo siniestro
te envolvía,
y en tu rosada palidez
y en tu rosada palidez
de los
crepúsculos había;
y el eco dulce de tu voz
y el eco dulce de tu voz
en el silencio
se perdía.
¿Dónde te has
ido tan veloz?
¿En qué paraje
desolado
está tu espíritu
abismado,
pobrecita criatura de Dios?
¡Y no estar
ahora a tu lado
para poder llorar los dos!
¡Mi espíritu
desconsolado
te busca con
ansia infinita
y has dejado mi
alma marchita
y tú también te
has marchitado
Mi juventud se
ha disipado
con el adiós de tu
partida;
¡no sabías que
te había amado
y eras lo más
amado de mi vida!
Sólo hay una
ilusión perdida
y un ensueño que
no se ha realizado:
tú para mí eras la elegida
tú para mí eras la elegida
y yo, oh amada,
el esperado...
¡y nunca nos
hemos juntado!
(13, marzo,
1913)
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